Petronila Rodríguez nació en 1815 y murió a los 67 años, sin ver realizado su sueño: construir un palacio para fundar una escuela. Un anhelo de mujer que maduró a la sombra de la utopía de una Argentina próspera. Poco tiempo después, el 25 de febrero de 1882, el escribano Juan Bautista Cruz abrió el testamento donde la dama porteña ordenaba la construcción de un templo -la Iglesia del Carmen-, un colegio de la Orden de Siervas de Jesús Sacramentado y un asilo, anexos a la Iglesia, y una escuela para setecientas señoritas que debía llevar su nombre.
Cuatro años más tarde, en 1886, un arquitecto argentino,
Carlos A. Altgelt y su hermano
Hans, concretaron el deseo póstumo de Petronila, y deslumbraron a la sociedad porteña de fines de siglo, cuando cobijaron la primera escuela graduada del país, con capacidad para setecientas niñas.
La familia Rodríguez poseía cuatro manzanas situadas entre las actuales calles Córdoba, Callao, Montevideo y Marcelo T. de Alvear. Juan Antonio Rodríguez -padre de Petronila- fue un español inmigrante que peleó en las invasiones inglesas y que concurrió al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810.
Los comentarios incluidos en el Censo Municipal de Buenos Aires de 1887, durante la intendencia de don Antonio Crespo, dejan una impresión de la importancia que la obra tuvo en aquellos tiempos y describen detalles de la construcción que “levantada con los fondos del más valioso legado hecho hasta ahora en la Capital por la señora cuyo nombre lleva -Petronila Rodríguez- es, además de un edificio escolar, uno de los más grandes monumentos arquitectónicos. El cuerpo central del edificio, de tres pisos, está destinado al museo y a la biblioteca escolar y su ala izquierda da a la escuela que, por voluntad de la testadora, deberá llevar su nombre”.
El sector escolar se distribuía entre diez salones para clases de enseñanza general, dos de dibujo y de labores, otros dos en forma de anfiteatro, destinados para física, química, historia natural y música, con anexos para bibliotecas especiales aisladas por guardarropas de los ruidos que provenían del exterior.
El palacio, de empinadas mansardas, ubicado sobre la plaza de los maestros para ser visto frontalmente, fue decorado con ménsulas antropomorfas y figuras alegóricas que destacan sus aires decididamente germánicos. Uno de sus constructores, Carlos Altgelt, había completado sus estudios en la Real Academia de Arquitectos de Berlín, donde se graduó y se especializó en la construcción de edificios escolares.
El informe se refiere, entre otros detalles, a las alegorías sobre el Río de la Plata y la Cordillera de los Andes que se destacan sobre los balcones del primer piso alto, con tridentes y una diadema de cristal, construidos en Europa. Asimismo, “en las ventanas acopladas al transpiso aparecen dos hermosas mujeres, una sostiene una antorcha y un libro -que representa la Ciencia y el Arte- y la otra, coronada de laureles, es el símbolo de la Fuerza de la Paz”.